Marruecos: viajando hacia el desierto más grande del mundo.

Parte 2: Del Sahara a Marrakech.

Bueno, técnicamente es el desierto cálido más grande del mundo, el Sahara. El viaje hacia una parte de él, el desierto de Merzouga, lo estábamos organizando casi desde nuestra llegada a Marruecos. Mohamed, nuestro guía bereber, planeó cada día y cómo sería el itinerario. Puntualmente como dijo, a la hora y en la puerta de la medina, nos esperaba para partir rumbo al desierto. Hablando casi un perfecto español, nos dice «Hola ¿cómo están?» con la alegría y simpatía que lo caracteriza. La primera impresión, fue muy buena.

Las montañas del Atlas, entre leones y monos.

Montañas del Alto Atlas, cerca de Ifrane. Macacos de berberia, en lo alto de Marruecos.

Nuestra primera parada fue en Ifrane, la ciudad suiza de Marruecos. Para nuestra sorpresa era un paisaje muy distinto a lo que uno tiene en mente de un país tan conocido por el desierto. Dicen que en invierno cae nieve y muchos vienen a esquiar. Nosotros lo vimos muy verde, aunque ciertamente mucho más fresco y con casas típicas de cualquier pueblo de los Alpes. Vimos por primera vez cigüeñas y Mohamed no lograba entender por qué tanta emoción por un pájaro que se ve por todos lados (que además hace ruinas los tejados). Dicen que antiguamente habitaba el león del Atlas, el cual es el emblema de esta ciudad y tiene una gran estatua de piedra dedicada a él.
Continuamos viaje hasta el Parque Natural de Ifrane, pasando por paisajes espectaculares, hasta llegar a un bosque de cedros, donde al poco andar te das cuenta dónde está el atractivo: monos. Los macacos de Berbería (Macaca sylvanus) fueron declarados en peligro de extinción el año 2004. Encontramos un grupo de ellos bastante habituados a los humanos que recibían maní y cerezas (aún peor, otros alimentos procesados) como un niño recibiendo dulces. Lamentablemente este tipo de turismo les hace daño y puede causarles grandes enfermedades y no todos tenemos consciencia de ello. También la costumbre que han generado con las personas trae peligros para ellos como el robo de crías para luego ser vendidas en el mercado negro. La mejor manera de participar es sólo viéndolos, admirando su comportamiento. Es maravilloso poder observar tan de cerca la similitud que tienen con los humanos.
Luego de dejar a estos hermosos macacos, poco a poco el rumbo nos iba internando cada vez más en el desierto. El paisaje cambiaba a cada minuto. Mohamed nos invitó a almorzar en la casa de sus papás, quienes habían dejado su vida nómada hace sólo 6 meses. Nos recibieron amablemente en su nueva casa (tradicional marroquí) y nos esperaban con un delicioso almuerzo bereber. Si bien acá la costumbre es comer con las manos, fueron muy corteses con nosotros y nos dieron cubiertos. Así, sentados en el piso entre alfombras y cojines, compartimos un sabroso almuerzo. Y aunque la comunicación fue entre señas, risas y gestos, Mohamed supo interpretarnos a todos y ayudó con la traducción.

Llegando a las dunas del desierto de Merzouga

Dromedarios en el desierto de Marruecos.
En las cercanías del desierto de Merzouga, nos encontramos con este grupo de dromedarios. Por lo general está su cuidador que siempre cobra por tomar una foto. A nosotros nos pasó y a lo lejos empezó a gritar, pero nos fuimos antes de tiempo.

«Shukrán» o gracias como se dice en árabe, les decíamos a los papás de Mohamed y seguimos la ruta. De aquí en más el paisaje comenzó a cambiar drásticamente y la temperatura también. Ya se sentía un aire seco y caliente. Hicimos una parada obligada a comprar botellas de agua congeladas (para que duraran frías el mayor tiempo posible). Alberto miraba y miraba el paisaje, observando una especie de nube café en nuestro destino… «¿Eso podría ser una tormenta de arena?», le decía una y otra vez a Mohamed. 
Y como en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos frente a un paisaje marciano, un lugar donde no existe una gota de agua, casi no hay verdes y todo es de un tono rojizo y café. Instantáneamente te da sed.
En medio de esa nada, tomamos un desvío para llegar a nuestro hotel. Aunque éste sería para dejar nuestras mochilas, cambiarnos de ropa, preparar una pequeña mochila y partir a nuestra noche en el desierto. Mohamed preparó nuestro look bereber y con un pañuelo envuelto en la cabeza para protegernos del sol y la arena, partimos en nuestros dromedarios a internarnos en el desierto del Sahara.
Primera vez que subo a un dromedario. Es bastante emocionante y raro a la vez, sobre todo cuando bajas porque tienen dos articulaciones que arriba de ellos pareciera que se están como quebrando y te vas a caer.

Cabalgando en dromedario por el desierto de Merzouga. Carla en el desierto del Merzouga. Alberto en el desierto del Merzouga.

Íbamos acompañados por Megan y Nick, una simpática pareja que ha tenido la oportunidad de recorrer varios lugares del mundo. Luego de cabalgar (¿será así como se llama ir arriba de un dromedario?) por alrededor de unos 40 minutos, llegamos a nuestro campamento. Estábamos solos. Dejamos nuestras cosas en nuestra carpa y subimos los 4 a una duna para ver el atardecer. Desde abajo parecía tarea fácil, pero ya en ello nos dimos cuenta que no lo sería tanto. Cada paso, retrocedíamos con la arena, pero logramos llegar a la cima y una vez recuperado el aliento, nos sentamos a disfrutar de la hermosa vista. Mientras Alberto nos sacaba fotos, Nick abría un vino tinto para compartir. Al regresar al campamento nos estaban esperando con nuestra comida y un poco de entretención al ritmo del tambor. Lamentablemente la noche no nos acompañó para ver las estrellas; aunque por suerte no tuvimos la temida tormenta de arena de Alberto, para su pesar fotográfico el cielo no estuvo despejado. Eso no nos detuvo de quedarnos acostados en las colchonetas viendo las pocas estrellas que lográbamos ver, conversando y aprendiendo palabras en bereber, inglés y enseñando algo de español. Nos fuimos a dormir ya que al día siguiente madrugaríamos para ver el amanecer… o intentar dormir, el viento era fuertísimo y se colaba por cada lugar que podía en nuestra carpa.

Atardecer en el desierto del Sahara.
Atardecer en el desierto de Merzouga, en el Sahara, Marruecos.

Nunca despejó, por lo que no pudimos ver salir el sol. Esto no impidió disfrutar de los lindos colores del amanecer aumentados en el desierto.
De vuelta en el hotel donde dejamos a Mohamed, nos dimos una ducha reparadora y refrescante, para luego desayunar mirando el desierto que nos había alojado la noche anterior. Una noche nos pareció poco, pero nuestro programa continuaba rumbo hacia el Valle del Dades, nos despedimos de Megan y Nick y seguimos nuestro camino.

Hollywood en el desierto, Ait Ben Haddou.

Amaneciendo en el desierto de Merzouga. Entrada a Ait Ben Hadou, Marruecos. Bereber en Ait Ben Hadou, Marruecos. Calles de Ait Ben Hadou, Marruecos.

Hicimos una parada en Ait Ben Haddou, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde el año 1987, una antigua kasbah o ciudad amurallada donde es posible ver antiguas edificaciones marroquíes hechas a base de tierra y donde se han grabado varias películas y series como Lawrence de Arabia, El rey Escorpión o algunas escenas de Game of Thrones. Hoy en día aún viven algunas familias dentro de la ciudad, aunque son las menos. El resto se mudó al otro lado del río, donde no quedan aislados en época de lluvia y las construcciones son más modernas. Es un lindo paseo, aunque el intenso calor puede hacerlo muy pesado, los detalles en algunos edificios son hermosos y el contraste del color terroso de ellos con las artesanías que cuelgan en sus muros es maravilloso. Recorrimos la ciudad y seguimos la ruta, pasando por valles maravillosos con cerros de extrañas figuras y de tierra roja. Pasamos por el valle de las rosas, donde elaboran la famosa agua de rosas, pero lamentablemente no fuimos en época de floración por lo que nos perdimos el intenso aroma que dicen invade la zona durante Mayo. Pasamos la noche en el Valle del Dades para continuar pasando por nuevos paisajes maravillosos, descendiendo una larga y serpenteada carretera por las altas montañas del Atlas. Habíamos dejado atrás las dunas del desierto, viendo montañas rojizas pero con mucho verde. Llegamos a nuestro destino final, nos despedimos de Mohamed, para darle la bienvenida a Marrakech, tal vez la ciudad más popular de Marruecos.

Pueblo de arcilla en Montañas del Atlas, Marruecos. Carretera en Montañas del Atlas, Marruecos.

La ciudad de los mil colores, olores y sensaciones.

Marrakech, parada obligada de turistas, es la cuarta ciudad más grande del país, luego de Casablanca (la capital), Fes y Tánger.
Su medina, de calles más amplias y ordenadas que las de Fes, aunque aún con el caos y la esencia propia de Marruecos, es un imperdible. Es más fácil orientarse, las apps de mapas funcionan bien. La vida al interior es única y son múltiples las distracciones. Museos, artesanías, restaurantes, teterías, tiendas de especias, cuero y muchas más. Acá sí hay vehículos motorizados que se hacen sentir a bocinazos mientras vas mirando las maravillas de este lugar, por lo que hay que ir bastante atento entre calles y pasadizos.

Primer día y decidimos recorrer por fuera de la medina. Caminamos hacia el Jardín Majorelle, un hermoso parque, diseñado y construido por Pierre Majorelle durante unos 40 años que finalmente fue adquirido por Yves Saint-Laurent y Pierre Bergé, quienes terminaron de arreglarlo y reconstruyeron algunas partes que habían quedado en el olvido. Hoy pertenece a la fundación del famoso diseñador y está abierto al público (pagando una entrada), y a mi parecer es una visita obligada si vas a Marrakesh. En su interior está el Museo Bereber, el Museo de Arte Islámico y el Museo de Yves Saint-Laurent, que tienen un enfoque bastante ligado al diseño.

En nuestro segundo día, hicimos un free tour. Googleando Free Walking Tours Marrakech, es posible encontrar varios, y nos decidimos por uno que cubría casi todos los lugares que queríamos visitar. Temprano por la mañana nos encontramos con nuestro guía y dos turistas españolas que harían el recorrido con nosotros. Partimos desde la plaza Jemaa el-Fna. Durante el día es posible ver encantadores de serpientes y domadores de monos. Estamos en contra de este tipo de prácticas, así que evitamos a toda costa acercarnos a ellos. Si pasas muy cerca te ponen las serpientes en los hombros y luego te cobran por una foto. Lo mismo con los monos. Conocimos la mezquita de Koutoubia, que es la mezquita con la torre más alta de la ciudad y un lindo jardín en su exterior. Caminamos bordeando el fuerte para entrar por la puerta Bab Agnaou (repleta de cigüeñas) y llegar a las tumbas Saadíes, donde hay que pagar una entrada de 10 dirham cada uno (USD$1). Construidas en el siglo XVI, su ornamentación es maravillosa y es el sepulcro para unos 60 miembros de la dinastía Saadi (dinastía árabe-marroquí que gobernó Marruecos entre 1549 -1659). Nuestra ruta siguió hacia el Palacio de la Bahia, donde también se paga entrada. Nuevamente 10 dirham cada uno. Bahia significa resplandor o belleza, por lo que el palacio pretendía ser uno de los más maravillosos de la ciudad. Y lo cumple. En su interior el nivel de detalles es impresionante y tanto los muros decorados con cerámicas y yesos tallados, sus ventanas ornamentadas y pintadas y los maravillosos cielos de cada habitación te harán quedar probablemente con tortícolis. ¡Pero vale el dolor! Es quizás el lugar más lindo de Marrakech.

Mezquita de Kutubia, Marrakech. Interior del Palacio Bahia, Marrakech. Palacio Bahia, Marrakech. Calles en el barrio Judio, Marrakech.

Finalizamos la ruta pasando por el antiguo barrio judío y el souk (mercado en árabe), donde las construcciones se caracterizan por tener balcones y alguna que otra ornamentación con la estrella de David, por raro que suene. Entramos a una tienda de especias, aunque su único fin es vender sus productos. Esto nos pasó en varios lugares de Marruecos. Te dicen, «¿quieres conocer como se hace lo que quieras completar en Marruecos?» y luego de una pequeña clase te dicen los precios de cada producto y a negociar. Labiales naturales que cambian de color según el ph de la piel, cremas de todos los tipos, especias para la cocina, té marroquí, aceite de argán, hojas, flores, raíces y de lo que se te ocurra para lo que sea. No voy a mentir, es interesante porque aprendes de cosas que nunca habías escuchado, pero no es algo imprescindible si vienes acá.

Volvimos a la plaza Jemaa el-Fnapor calles muy lindas y coloridas de la medina, llenas de artículos de cuero, decoraciones, comida y animales. Entre ellos, los infaltables gatos que lamentablemente también puedes ver en no muy buenas condiciones.

Plaza Jemaa El-Fnaa, Marrakech.
Una tarde cualquiera en la plaza Jemaa El-Fnaa. Repleta de comercio, puestos de comida, monos y encantadores de serpientes. Marrakech, Marruecos.

Al llegar a la plaza, fuimos en busca de un lugar con terraza para tomar un té viendo el atardecer. Nos sentamos en una mesa, pero cometimos el error de no preguntar el precio antes. Al pedir la cuenta, nos dijeron un precio absurdo (no había carta de precios) y nos cobraron por unas galletas que simplemente llegaron a la mesa y que creímos eran de cortesía. Dijimos que no pagaríamos por eso, nos resolvieron el problema y recordamos las sabias palabras de un amigo, «recuerden siempre preguntar el precio antes de consumir lo que sea». Es la verdad, como nada tiene precio, hay que evitar posibles problemas. Bajamos a la plaza, ahora con un ambiente completamente distinto. En la noche se repleta de locales donde comer (nos recomendaron no comer ahí por lo poco higiénico del lugar), gente vendiendo artesanías, algunos monos (aún) y mujeres pintando tatuajes de henna que resultaron ser bastante acosadoras. Para escapar de una tuve que decirle que era alérgica, si no me pintaba la mano contra mi voluntad. Pasa lo mismo con quienes están destinados a atraer gente a comer a los puestos, son lejos los más insistentes y capaces de seguirte un par de metros con tal de lograr convencerte. Es entretenido ver la vida del lugar, niños y adultos arrendando lentes de realidad virtual mientras quienes los ven moverse se mueren de risa, otros hacen carrera en autos eléctricos y muchos están simplemente haciendo burbujas de jabón. Dimos unas vueltas y regresamos al Riad. Nos perdimos por un segundo y mientras veíamos el mapa, aparecieron los niños «guías». Pero esta vez mi rotundo y fuerte «NO», junto a la expresión de mi rostro, los alejó de una.

Nuevo día y nuestra amiga Patricia había llegado a Marrakech. Mientras nosotros recorríamos la medina, ella haría el Walking Tour que le recomendamos. Visitamos el Museo de Marrakech. Es un lugar interesante, pero que llama la atención por el interior del edificio más que por el contenido. Si no tienes tiempo de visitar este museo no te perderás de mucho. Terminado el tour, nos encontramos con Paty en los Jardines de Menara bajo un intenso calor. De jardines no tiene nada, básicamente es una pileta y después mucho cemento. Sinceramente el lugar no tiene ninguna gracia y pobre Paty nos esperó bajo la poca sombra que pudo encontrar, por lo que rápidamente escapamos a un centro comercial para aprovechar su aire acondicionado, comer algo y sobre todo para ver el partido de Brasil vs. Bélgica. La difícil tarea de conseguir cerveza se siente en estos momentos, siendo un país musulmán es casi imposible, y el único que tenía, cobraba un precio absurdo. A ver el partido con jugo nada más.

Brasil quedó eliminado, Paty triste rápidamente recuperó su alegría al ver cómo de noche la ciudad cobra vida. La temperatura es más agradable y la ciudad es otra. En la plaza Jemaa el-Fnaa había un concierto, que se sumaba al ritmo de cada noche. Los más diversos olores, monos paseando entre la gente, miles de personas hablando, bailando y participando de pequeños shows que se arman en la plaza en gran cantidad. Y en medio de todo este desorden, un gran escenario con un show tradicional, con los instrumentos más bizarros que he visto en mi vida (odiosos es otra palabra que se me viene a la mente). Todo al mismo tiempo en un corto lapso, parecía surreal. Era una competencia, donde ganaba el que hacía más ruido. Épico. Nos quedamos un rato a disfrutar de este caos que nos sacó muchas risas.

Atardecer en plaza Jemaa El-Fnaa, Marrakech.
Un atardecer en la famosa plaza Jemaa El-Fnaa en Marrakech.

Nuestro viaje por Marruecos fue una hermosa puerta de entrada a África. Vivir una cultura tan distinta a la que conocíamos, experimentar miles de sensaciones, apreciar tantos colores y no tanto los olores. La infinidad de paisajes y aventuras distintas en un país de grandes contrastes, ha sido una experiencia increíble. Conocimos gente que nos permitió observar nuestra vida desde otro ángulo y conocimos a Paty, con quien sin duda nos volveremos a encontrar en otra parte de este viaje. No hay duda de que volveremos a Marruecos, no es un lugar para hacer en un solo viaje ya que son miles sus rincones que lo vuelven un imperdible.

C.

Fecha de nuestra visita: 1 al 8 de Julio del 2018

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